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Es probable que hoy muchas personas sepan que el SARS-CoV-2 se cobró en seis meses más de 500.000 vidas en el mundo. Los medios de comunicación, las redes sociales y los propios gobiernos se han encargado de mantener a la población al tanto de la evolución de esta pandemia, que rápidamente causó un alerta global. Sin embargo, quizás demasiados ignoren que existe desde hace años otra pandemia, que mata anualmente a 2.800.000 personas y para la cual tampoco existe vacuna: la obesidad.

Una enfermedad compleja, multicausal, que es motivo de estigmatización y que ahora, más que nunca, no puede ser subestimada. Diversos estudios científicos en el mundo ya han comprobado que las personas con obesidad, en caso de contraer el nuevo coronavirus, pueden sufrir más complicaciones y tienen mayor riesgo de muerte. En nuestro país, eso implica que uno de cada cuatro argentinos es más vulnerable frente al covid-19 por el solo hecho de padecer obesidad.

Pero los datos duros no bastan para describir el desafío que implica hoy cuidar de quienes sufren esta enfermedad crónica.

Mi paciente María, de 55 años, tiene hipertensión, diabetes y, además, obesidad mórbida. En enero la derivé con un especialista para someterse a una cirugía bariátrica con el fin de corregir sus factores de riesgo. En febrero comenzó a realizarse los controles pre-quirúrgicos y, en marzo, cuando ya se habían dispuesto las medidas de aislamiento obligatorio, me llamó por teléfono: “Doc, ¿qué va a pasar con mi operación?, ahora prefiero esperar. Tengo miedo a salir de casa y contagiarme mientras me operan”. Aunque le expliqué que las condiciones de seguridad estaban garantizadas para que pueda operarse, decidió no hacerlo. Ya postergó seis meses su cirugía, pese a saber que lo mejor era someterse a ella cuanto antes.

El cuadro de María puede agravarse. Las medidas de aislamiento social, si bien son primordiales, pueden conducir a que realice menos actividad física, a un mayor consumo de alimentos poco saludables, a un aumento del estrés, de la ansiedad y a la privación de sueño, todos ellos factores capaces de contribuir al aumento de peso.

Los problemas que complican la situación de quienes sufren obesidad y otras enfermedades crónicas son que, por un lado, la atención médica está centrada en el covid-19 y, por el otro, por temor a salir de sus hogares y contagiarse de coronavirus, muchas personas demoran la consulta, aun teniendo síntomas de alerta. Por eso es fundamental recordar que quienes padecen enfermedades crónicas necesitan atención.

Sin controles ni tratamiento, las patologías preexistentes siguen su curso, lo que puede conducirnos a un desastre sanitario. Los accidentes cerebrovasculares y los infartos cardíacos continúan ocurriendo y las principales enfermedades crónicas que sufren los argentinos corren riesgo de quedar desatendidas en épocas de pandemia.

Es sabido que la obesidad implica un estado de inflamación crónica que puede contribuir a gatillar enfermedades metabólicas (como la dislipidemia, la insulino resistencia y la diabetes tipo 2) y puede modificar la respuesta inmune del organismo haciendo que el sistema de defensa de nuestro cuerpo sea más vulnerable a las infecciones y responda menos a las vacunas, los antivirales y los antibióticos.

Al mismo tiempo, las comorbilidades relacionadas con la obesidad también pueden implicar un factor de riesgo adicional que lleva a las personas con elevado índice de masa corporal (IMC) a sufrir las complicaciones del covid-19. En concreto, la hipertensión, la diabetes y la enfermedad cardiovascular fueron las patologías que estuvieron habitualmente presentes en los pacientes que murieron por coronavirus en Italia.

Todo esto hace que resulte vital que las personas con obesidad no interrumpan sus tratamientos y que el sistema sanitario les garantice el acceso tanto a las terapias farmacológicas como a la cirugía bariátrica, considerada el tratamiento electivo de la obesidad mórbida que permite disminuir los múltiples riesgos a los que están expuestos estos pacientes.

Del mismo modo, se debe responder a la necesidad de seguimiento de aquellas personas que ya fueron operadas.

En lo que respecta a los profesionales de la salud, es imperativo que comprendamos que la obesidad es una enfermedad que no se puede atribuir únicamente a un desequilibrio entre el consumo y el gasto energéticos, sino que requiere de una atención multidisciplinaria por parte de equipos especializados. Siempre, pero aún más en el contexto actual, no debemos postergar la derivación de los pacientes con obesidad a los especialistas.

Por último, como sociedad tenemos que dejar de culpar a quienes sufren de exceso de peso por su enfermedad y terminar de una vez por todas con los dañinos estigmas que recaen sobre estas personas. No olvidemos que cuando la pandemia de SARS-CoV-2 haya pasado, por la de obesidad todavía quedará mucho por hacer.

Jorge Tartaglione es médico cardiólogo, presidente de la Fundación Cardiológica Argentina.

Fuente: https://www.clarin.com/opinion/desatender-pandemias_0_RBkJGs1OM.html

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